viernes, 26 de febrero de 2010


Nadie supo qué fue de él.
Acostumbraba a levantarse temprano. Se duchaba mientras un agradable olor a café inundaba la cocina, el salón, la habitación y, finalmente, se entrelazaba con el aroma del jabón que solía usar.
Tostadas (dos) con mermelada de frambuesa. Una manzana.
Tomaba el ascensor por las mañana, pero sólo lo utilizaba una vez al día. Trabajaba en una gran empresa. Era un gran hombre de negocios, atareado, saturado.
Solía comer en quince minutos, no más, y tomaba un café rápido en cinco, “a lo ejecutivo”.
Volvía a casa al anochecer. Nadie lo esperaba. A veces veía las noticias o leía el periódico, pero enseguida se metía en la cama. Sábanas limpias, perfectamente planchadas. Orden total. Disciplina absoluta.
Todas las noches, a las cuatro, se levantaba a beber tres vasos de agua y volvía a meterse en la cama.
Dormía hasta las seis. Tomaba un vaso de leche caliente y dormitaba un poco más hasta las siete y cuarto.
Así comenzaba un nuevo día, similar al anterior.
Pero un día, después de haber obtenido un gran premio por cierto proyecto, desapareció. Nadie supo más de él.
Excepto yo.
Él consiguió realizarse, logró su objetivo como buen profesional y eso le hizo enorgullecerse de sí mismo. Se sintió bien. Creció en su interior.
Pero ahora, sin embargo, tenía que encontrar a su Otra Parte.
Emprendió, lejos de su vida anterior, la búsqueda del amor.

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